era mi primer año en la universidad. y al ser el mayor de los hermanos, era también el primer año de universidad para toda la familia. la situación en casa no era holgada pero las prioridades las tenías muy claras para el que elegía estudiar. la situación no daba a equívocos: a un lado los libros y al otro un camión. y me había tocado abrir huella en terreno desconocido. empezar a pisar las baldosas doradas que debían llevarme a Oz.
no me atrevo a hablar de responsabilidad consciente pero si de sentimientos encontrados. mezcla de muchos pensamientos que hacían decantar la balanza hacia el lado de esforzarse con el primer año de carrera. porque lo del camión ya sabía de que iba. discutíamos y nos reíamos con un patrón parecido al que mezcla subidas y bajadas en un ultra. aquellos sábados que me recogías en Salamanca para trabajar contigo solo dolían la noche anterior cuando me tenía que volver antes y dejar a mis amigos de fiesta. recuerdo que durante este primer curso ibamos a dar al mismo punto pero por caminos tan distintos que no nos encontrabamos hasta el final. me preguntabas por cosas que para mi no eran importantes y, seguramente, yo solo te daba información de relleno para tus conclusiones. pero nunca te quejaste de nada. siempre confiaste. y nunca falto nada que fuera necesario. ni ánimos, ni broncas.
el curso fue pasando y cada uno fuimos encontrando nuestro sitio en esta nueva situación. por supuesto que ahora haría algunas de las cosas de otra forma pero, metido ahora las tareas de ser padre es fácil encontrar mil aspectos que descoser y volver a andar por otra vereda. fue un año intenso. un año que podría considerar como el primero que salí de casa. un año que, por una sola razón he querido recordar hoy. antes de irme a dormir. tranquilo. sonriendo.
aquel año tú tenías 47 años, papá.
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