martes, 29 de septiembre de 2015

Base de vida (I)

(ficción)

“Putos imperdibles…”

Hacía frío pero las manos, sus dedos, temblaban de nervios. Esos nervios que convierten en algo complicadísimo  atravesar un dorsal y una camiseta con un alfiler. La tela dos veces. Cerrarlo bien. No pincharse. Esos nervios que distraen la estética de un número descuadrado en medio de un pecho que palpita ya acelerado. Nervios precarrera.
Estaba de pie, frente a un escaparate, observando su imagen reflejada gracias a una farola y el juego de luces y sombras con el cristal. Aún estaba oscuro. Probó el frontal. El haz de luz borró de golpe su imagen del improvisado espejo y le deslumbró. Lo apagó y esperó a recuperar la visión. Un par de eternos minutos.

“Vaya pintas, tú”

Hoy se veía ridículo con aquella indumentaria. Temía que un día “eso” llegaría pero ¿hoy? Hoy era un día importante. Se repasó en su proyección. Unas zapatillas, con algo menos de 40kms, de un color chillón que el barro pronto apagaría. Siempre llevaba la misma marca, el mismo modelo. Solo cuando lo cambiaban, cambiaba él. Desconfiado pero esperanzado en encontrar las mejoras que anunciaban.
Los calcetines, con bastante más de 40kms, se habían quejado al poner el pie dentro y estirarlos. Seguramente no eran ni hermanos. Primos lejanos. Los dos tenían una R en el empeine. Pensó que cuando acabara los tiraría. Ni lavarlos siquiera. Pero….
El pantalón corto mostraba las cicatrices de batallas pasadas. Descolorido por las horas pasadas al sol y cuajado de pequeños agujeros mostraba, en un lateral, un remiendo hecho con mucho hilo y poca maña. Desde lejos parecía la marca comercial, de cerca una chapuza. El cordón para ceñirlo nunca fue anudado y solo se veía un extremo. El otro seguramente perdido en el recorrido de la cintura.
Estrenaba camiseta. Manga larga. Quizás un poco más ceñida de lo que a él le gustaba. O quizás él un poco más gordo de lo habitual. “Por eso me veo ridículo”, pensó. “Tendría que dejar la cerveza”. Cuando tomaba aire se movía el descuadrado dorsal sujeto por tres imperdibles. El 213 impreso cargaba todo el peso, por su inclinación, sobre el tres. El dos miraba hacia el hombro derecho. Intento recolocarlo algo moviendo la camiseta pero era una misión harto difícil. Y más aún usando como guía una imagen reflejada. Verde. La camiseta era verde.
Abrochó doblemente la mochila en el pecho y condenó al dorsal a pasar entre rejas las próximas horas. Una mochila con dos bidones de 500ml colgados de las tiras que bajaban desde los hombros y desaparecían algo más arriba de la cintura, volviendo hacia la espalda. Una tiras que ceñían aún más dejando poco para la imaginación. Cinturita de avispa no tenía, vaya. Muchos bolsillos. Muchos. La mochila tenía cremalleras y velcros por todas partes. Tocando fue repasando lo que llevaba en cada uno. Y acabó agarrando fuerte y afianzando los dos bidones. Con la maestría que una actriz porno aguanta sus pechos con las dos manos y los presenta a la cámara que graba. Se reía.

“La cabeza es muy importante en estas carreras”

Un buff apañado a modo de gorro cubría la cabeza por completo y atrapaba las puntas de las orejas. Ni se había preocupado en mirar como quedaba. Cosa extraña. De hecho estaba al revés el dibujo de aquella carrera donde se lo dieron. Y, de la misma forma que las correas del pecho atrapaban al dorsal, un frontal con sus correas bien ajustadas, ceñía el buff a la cabeza para que no escapara. Cabeceó un poco para comprobar que no se movía. Delante y detrás. Derecha e izquierda. No volvió a encenderlo. Pero se llevó de nuevo la mano al bolsillo donde llevaba pilas de repuesto. Aseguró que estaban allí. Como ya había hecho unos segundos antes.
Desde arriba, de un vistazo, comprobó que los cordones llevaban el triple nudo de rigor. Agarró los bastones que había dejado apoyado junto a la pared. Apretó los mangos y cerró los ojos. Repasó mentalmente lo que le había llevado hasta allí, los malos y buenos momentos por el camino, el objetivo que tenía por delante. Recolocó los “muebles” de la sala de mando y abrió los ojos. Como si los párpados tiraran de la piel de la cara, a medida que los abría aumentaba la sonrisa. No le importó verse ridículo. No le molestó el dorsal torcido. No se acordó de la “riñonera” que lucía de serie. Se despidió de él mismo en su imagen y caminó hacia el arco de salida.


Era su última carrera. Pero él no lo sabía.

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