Esta claro...pero tenerlo claro no ayuda a llevarlo bien. Hay que parar. Si te caes y te haces daño hay que parar. Aunque justo estés arrancando de nuevo. Necesito escribirlo para creérmelo. Necesito escribir de nuevo.
Son tres días solo. Tres días de mis vacaciones. Tres días que me han caído encima como una losa. Mañana cuatro.
Estas tardes observaba una luna llena que parecía más pesada que de costumbre. Al final del día, ya entre dos luces, parecía arrastrarse por el perfil de Gredos como buscando el roce con los picos que dibujan su silueta, como sin fuerzas para levantarse sola. Se apoyaba, recostaba su cansancio en los canchales aún calientes de estar al sol todo el día. El energético cuarzo de las piedras quizás la recargue de esta manera, pensaba. Porque, cuando la oscuridad vencía a la luz y refrescaba, la luna se rehacía y subía a ocupar su sitio. Y así ha ido haciendo cada día mientras se va consumiendo, mermando, decreciendo.
Descansar mata. Consume. Irrita. Cansa. Sobre todo cuando no quieres hacerlo. "Descansar es hacer otra cosa, cambiar de actividad", decía mi abuela. Después del golpe bajando de La Ceja a las Lagunas del Trampal la otra actividad es estar en el sofá con la pierna en alto. Morada. Hinchada.
Arrastro mi mano por encima del morado como la luna lo hacía por las cumbres de Gredos. Molesta pero no duele. La sensación de hinchazón es brutal y que debajo estén mis inseparables varices me lleva a ser prudente. Hoy me ha sorprendido el cambio de color, tiñendo de lila el tobillo y parte del empeine. Un arco iris capado a menos de siete colores pero que dan un aspecto multicromático a mi pierna izquierda.
Y vuelvo a pasar la mano. Como las calientes rocas del Almanzor donde la luna se apoyaba, la pierna irradia alta temperatura. Exotermia. Cuando venga la fresca, como pasaba con la luna, nos reharemos y volveremos a donde tenemos que estar. Allá arriba. En las cumbres.
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