Subía las escaleras más descompensadas que había pisado nunca. A veces dos escalones de una tacada, a veces tres, a veces uno. Algún metro de tramo liso empinado y... más peldaños. El frío perlaba unas lágrimas de rabia recién salidas de sus ojos. Los dedos helados e insensibles apoyados en las rodillas acelerando el gesto de caminar. Como contraste, los cuádriceps echaban fuego, ardían. El trabajo muscular siempre es exotérmico aunque no llegaba a calentar las manos. Y el corazón botando dentro de un pecho que retumbaba a ritmo.
Era la zona a la umbría de la montaña. El sol llegaría un rato después. En las zetas del camino tenía la excusa perfecta para sentir que ganaba altura. Bastante en poco rato. Había dejado unos kilómetros de pista en los que seguramente trotó más rápido de lo que debía.
Paró.
Paró, pero no se puso erguido. Mantuvo el gesto del cuerpo apoyado en las rodillas. Respiró profundo. Unas gotas de sudor, que no entendía de donde habían salido, resbalaron por la frente fría y se precipitaron al vacío cayendo al suelo. Otras dos más. Se llevó una mano al cogote y lo notó húmedo. Sudor. Paseó toda la mano, desde la colleja hasta la nuez. Despacio. Acariciando y robando el calor a media parte del cuello. No tenía claro si quería calentar la mano o enfriar el cuello.
En la mejilla notó como tiraban de la piel las dos lágrimas secadas por el frío y convertidas en escarcha. Con el dorso de la mano las borró de la cara. Primero una y luego otra. Y luego paso la palma de la mano por la frente.
Levantó la mirada para ver el tramo de escaleras que le quedaba. El último. Apoyó un dedo índice en la nariz y sopló fuera un agüilla que no le dejaba respirar bien. Primero un agujero y luego el otro.
Notó que se estaba quedando frío. El sudor de la espalda, enfriado por el aire fresco del amanecer, hizo que un escalofrío le subiera desde el culo hasta la coronilla. Golpeó con una mano en cada cuádriceps, como si quisiera descargarlos de lo que llevaban, y encaró lo que tenía por delante.
Cuando acabó la vuelta, cambiándose y pensando en una ducha caliente, volvió a sentir otro escalofrío. La mirada se volvió a poner borrosa. Hasta tuvo la sensación que la voz le temblaría si hablaba. Desde el parking donde tenía el coche se giró. Miró la montaña donde había pasado la mañana de reyes. Y suspiró.
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