(ficción)
“Putos imperdibles…”
Hacía frío pero las manos, sus dedos, temblaban de nervios.
Esos nervios que convierten en algo complicadísimo atravesar un dorsal y una camiseta con un
alfiler. La tela dos veces. Cerrarlo bien. No pincharse. Esos nervios que
distraen la estética de un número descuadrado en medio de un pecho que palpita
ya acelerado. Nervios precarrera.
Estaba de pie, frente a un escaparate, observando su imagen
reflejada gracias a una farola y el juego de luces y sombras con el cristal.
Aún estaba oscuro. Probó el frontal. El haz de luz borró de golpe su imagen del
improvisado espejo y le deslumbró. Lo apagó y esperó a recuperar la visión. Un
par de eternos minutos.
“Vaya pintas, tú”
Hoy se veía ridículo con aquella indumentaria. Temía que un
día “eso” llegaría pero ¿hoy? Hoy era un día importante. Se repasó en su
proyección. Unas zapatillas, con algo menos de 40kms, de un color chillón que
el barro pronto apagaría. Siempre llevaba la misma marca, el mismo modelo. Solo
cuando lo cambiaban, cambiaba él. Desconfiado pero esperanzado en encontrar las
mejoras que anunciaban.
Los calcetines, con bastante más de 40kms, se habían quejado
al poner el pie dentro y estirarlos. Seguramente no eran ni hermanos. Primos
lejanos. Los dos tenían una R en el empeine. Pensó que cuando acabara los
tiraría. Ni lavarlos siquiera. Pero….
El pantalón corto mostraba las cicatrices de batallas
pasadas. Descolorido por las horas pasadas al sol y cuajado de pequeños
agujeros mostraba, en un lateral, un remiendo hecho con mucho hilo y poca maña.
Desde lejos parecía la marca comercial, de cerca una chapuza. El cordón para ceñirlo
nunca fue anudado y solo se veía un extremo. El otro seguramente perdido en el
recorrido de la cintura.
Estrenaba camiseta. Manga larga. Quizás un poco más ceñida
de lo que a él le gustaba. O quizás él un poco más gordo de lo habitual. “Por
eso me veo ridículo”, pensó. “Tendría que dejar la cerveza”. Cuando tomaba aire
se movía el descuadrado dorsal sujeto por tres imperdibles. El 213 impreso cargaba
todo el peso, por su inclinación, sobre el tres. El dos miraba hacia el hombro
derecho. Intento recolocarlo algo moviendo la camiseta pero era una misión
harto difícil. Y más aún usando como guía una imagen reflejada. Verde. La
camiseta era verde.
Abrochó doblemente la mochila en el pecho y condenó al
dorsal a pasar entre rejas las próximas horas. Una mochila con dos bidones de
500ml colgados de las tiras que bajaban desde los hombros y desaparecían algo
más arriba de la cintura, volviendo hacia la espalda. Una tiras que ceñían aún
más dejando poco para la imaginación. Cinturita de avispa no tenía, vaya.
Muchos bolsillos. Muchos. La mochila tenía cremalleras y velcros por todas
partes. Tocando fue repasando lo que llevaba en cada uno. Y acabó agarrando
fuerte y afianzando los dos bidones. Con la maestría que una actriz porno aguanta
sus pechos con las dos manos y los presenta a la cámara que graba. Se reía.
“La cabeza es muy importante en estas carreras”
Un buff apañado a modo de gorro cubría la cabeza por
completo y atrapaba las puntas de las orejas. Ni se había preocupado en mirar
como quedaba. Cosa extraña. De hecho estaba al revés el dibujo de aquella
carrera donde se lo dieron. Y, de la misma forma que las correas
del pecho atrapaban al dorsal, un frontal con sus correas bien ajustadas, ceñía
el buff a la cabeza para que no escapara. Cabeceó un poco para comprobar que no
se movía. Delante y detrás. Derecha e izquierda. No volvió a encenderlo. Pero
se llevó de nuevo la mano al bolsillo donde llevaba pilas de repuesto. Aseguró
que estaban allí. Como ya había hecho unos segundos antes.
Desde arriba, de un vistazo, comprobó que los cordones
llevaban el triple nudo de rigor. Agarró los bastones que había dejado apoyado
junto a la pared. Apretó los mangos y cerró los ojos. Repasó mentalmente lo que
le había llevado hasta allí, los malos y buenos momentos por el camino, el
objetivo que tenía por delante. Recolocó los “muebles” de la sala de mando y
abrió los ojos. Como si los párpados tiraran de la piel de la cara, a medida
que los abría aumentaba la sonrisa. No le importó verse ridículo. No le molestó
el dorsal torcido. No se acordó de la “riñonera” que lucía de serie. Se
despidió de él mismo en su imagen y caminó hacia el arco de salida.
Era su última carrera. Pero él no lo sabía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario